martes, 13 de diciembre de 2011

Benito Pérez Galdós

Benito Pérez Galdós

Biografía:
Yo era el décimo hijo de un coronel del ejército, Sebastián Pérez, y de Dolores Galdós, una dama de fuerte carácter e hija de un antiguo secretario de la Inquisición. Mi padre inculcó en mí el gusto por las narraciones históricas contándome asiduamente historias de la Guerra de la Independencia, en la que había participado. Mi imaginación fue desbordante desde muy joven. En 1852 ingresé en el Colegio de San Agustín, que aplicaba una pedagogía activa y avanzada para la época, durante los años en que empezaba a divulgarse por España las polémicas teorías darwinistas, de lo cual hay ecos en obras mías como Doña Perfecta.

Obtuve el título de bachiller en Artes en 1862, en el Instituto de La Laguna, y empecé a colaborar en la prensa local con poesías satíricas, ensayos y algunos cuentos. También me había destacado por mi interés por el dibujo y la pintura. Después de la llegada de una prima mía a casa, yo me trastorné emocionalmente y mis padres decidieron que me fuera a la capital a estudiar la carrera de Derecho.

Llegué a Madrid en septiembre de 1862, me matriculé en la universidad y tuve por profesores a Fernando de Castro, Francisco de Paula Canalejas, Adolfo Camús y Valeriano Fernández y Francisco Chacón Oviedo. Allí también conocí al fundador de la Institución Libre de Enseñanza, Francisco Giner de los Ríos, que me alentó a escribir y me hizo sentir curiosidad por una filosofía, el krausismo, que marcaría fuertemente mi primera novelística. Sin embargo, de momento me limité a frecuentar los teatros y a crear con otros escritores paisanos mios la «Tertulia Canaria» en Madrid, mientras acudí a leer al Ateneo a los principales narradores europeos en inglés y francés. Allí, durante una conferencia de Leopoldo Alas «Clarín», trabé amistad con el famoso crítico y novelista asturiano.

En 1865 asistí a los hechos de la Noche de San Daniel, que me impresionaron vivamente.

Era un asiduo de los teatros y me impresionó especialmente la obra Venganza catalana, de Antonio García Gutiérrez. Ese mismo año empecé a escribir como redactor meritorio en los periódicos La Nación y El Debate, así como en la Revista del Movimiento Intelectual de Europa. Al año siguiente y en calidad de periodista, asistí al pronunciamiento de los sargentos del Cuartel de San Gil. Llevaba una vida cómoda, albergado primero por dos de mis hermanas y luego en casa de mi sobrino, José Hurtado de Mendoza. Según Ramón Pérez de Ayala y las fotografías confirman, era un descuidado en el vestir y me conformaba siempre con ir de tonos sombríos para pasar desapercibido. En invierno llevaba enrollada al cuello una bufanda de lana blanca, con un cabo colgando del pecho y otro a la espalda, un puro a medio fumar en la mano y, cuando estaba sentado, a los pies su perro alsaciano. Me cortaba el pelo al rape y padecía horribles migrañas.

Era proverbial mi timidez, que me hacía ser más que parco en palabras y mi aspecto manifestaba una modestia inverosímil, hasta el punto de sufrir al hablar en público. Entre mis dotes estaba el poseer una memoria visual portentosa y una retentiva increíble que me permitía recordar capítulos enteros del Quijote y detalles minúsculos de paisajes vistos solamente una vez veinticinco años antes. De ello nació también mi gran facilidad para el dibujo. Todas estas cualidades desarrollaron en mí una de las facultades más importantes en un novelista, el poder de observación.

En 1867 hice mi primer viaje al extranjero, como corresponsal en París, para dar cuenta de la Exposición Universal. Cuando regrese de mi segundo viaje a París, y cuando volvía de Francia a Canarias en barco, vía Barcelona, y en la escala que el navío hizo en Alicante, me bajé del vapor en la capital alicantina y marcha a Madrid a tiempo de ver la entrada del general Serrano y la de Prim. El año siguiente me encargué de hacer crónicas periodísticas sobre la elaboración de la nueva Constitución.

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